VIAJE A LAS ENTRAÑAS BLANCAS (1)
Raúl y sus espartanos
Raúl, que lleva quince años en la élite, es el jefe del Madrid, sin duda el que marca la línea
Raúl es el jefe del vestuario del Madrid
Martí PerarnauHace tiempo que en el Madrid han desaparecido la gomina y los ferraris, las novias despampanantes, las fiestas desenfrenadas y las pasarelas. Raúl ha sido el autor de esta reconversión hacia la austeridad que ha desplazado los fuegos artificiales en beneficio de viejos valores madridistas: el esfuerzo y el trabajo, la constancia y el empeño. A Raúl siempre le incomodaron los excesos desmesurados de algunos compañeros.
Cuando Raúl se mira en el espejo lo que ve es la imagen de Fernando Hierro, de quien aprendió liderazgo y sobriedad. De ahí que nunca le gustaran los alardes con que adornaban sus vidas otros jugadores blancos, más preocupados por la colonia que usarían, las joyas a lucir, el reloj de moda, el coche más lujoso y la exhibición de chicas deslumbrantes. Casado con Mamen, su novia de siempre, y padre de cuatro chavales a quienes entrega todo su tiempo libre, Raúl ha vivido sus quince años en la élite como un asceta dedicado en cuerpo y alma a su profesión, de ahí que haya congeniado mal con cuantos se burlaban de la disciplina y la seriedad, da igual que se llamaran Ronaldo o Robinho, y que soportara mal el andamiaje organizado por Florentino Pérez alrededor de “los galácticos”, concepto que siempre repudió.
Este es el hombre que dirige el Madrid actual: un espartano. Pero también el líder sindical que marca las líneas rojas del vestuario en compañía de Guti y Salgado e incluso el rumbo del club, como cuando instó a Ramón Calderón a no mover ficha al terminar la pasada temporada: “Presidente, no rompa este vestuario”, le dijo mientras celebraban la última Liga. Era su forma de afirmar que no querían ver ni en pintura a Cristiano Ronaldo, el modelo opuesto a los pretorianos. No hay jerarquía que se le resista. Si Schuster insiste en una táctica que no convence al vestuario, Raúl se reúne con el presidente para que tuerza el brazo del entrenador. Si hay que buscarle sustituto al técnico, Raúl gestionará en persona la candidatura del nuevo entrenador. Y si hay que poner firmes al presidente, el capitán saldrá en rueda de prensa y dirá: “El presidente puede hablar cuando quiera porque le han votado los socios, pero si nos tiene que decir algo debe hacerlo en privado”. Ni el jugador más carismático, ni el técnico más poderoso, ni el presidente más votado están a salvo del látigo de Raúl, indomable incluso frente a Florentino Pérez, que tiró la toalla sin poder cercenar el poder del gran capitán.
PRESIDENTE VIRTUAL
El poder inmenso de Raúl también refleja el vacío de poder que aqueja al Madrid desde hace muchos años. Muy grande como jugador y ejemplar como deportista, Raúl ha acabado siendo pernicioso como líder y no digamos en su calidad de “presidente virtual”. Su talento como rematador no admite discusión, al igual que su profesionalidad y esa gran capacidad para entrenarse, trabajar y sacrificarse por su equipo aunque deba hacerlo en posiciones tan inhabituales como las de mediocentro o lateral. Pero ese talento dentro del terreno de juego no alcanza idénticas cotas fuera de él. Tiene mucho poder, pero no ha sabido emplearlo con la inteligencia mostrada sobre el césped. Ese poder le ha sido útil para negociar primas, modificar tácticas, cohesionar el vestuario, desprenderse de compañeros molestos, proponer nuevo entrenador y actuar como contrapoder fáctico del presidente. Pero no ha hecho crecer al Madrid como equipo, pues sus propuestas pocas veces fueron las que precisaba en club en cada momento.
GUTI, ARMA DE DISTRACCIÓN
Guti y Salgado han sido sus escuderos fieles. El gallego encontró en Raúl al compañero que le ayudaría a prolongar una carrera más que titubeante. El madrileño, al colega de cantera bajo el que guarecerse cuando llovieran las críticas, que fue a menudo. Guti fue, en realidad, casi un eslabón perdido que Raúl utilizó como arma de distracción masiva. Cuando se tuercen las cosas, los ojos blancos se dirigen siempre hacia Guti y se desenfocan de Raúl. Da igual quien sea el entrenador, el presidente o el director de Marca: Guti siempre chocará con alguno de ellos o con los tres. Raúl, que le conoce desde que eran infantiles, maneja con destreza esa querencia de su compañero por el conflicto y acaba apareciendo como el solucionador de problemas, el paño de lágrimas amigo, el orientador social. Guti necesita en todo momento una referencia a imitar: hace años fue Redondo; más tarde, Beckham; hoy es Raúl, a quien no puede copiar en lo estético, pero de quien imita su fundamentalismo madridista. Las esencias blancas de Raúl son hoy el libro de cabecera del segundo capitán, a quien también se le acaban sus años como merengue.
LAS RELACIONES SINDICALES
No siempre mandó Raúl. La marcha de Hierro en 2003 tuvo efectos demoledores en el vestuario. Florentino cogió el bisturí y de un plumazo extirpó al entrenador de los grandes éxitos (Del Bosque, un gran “alineador”), al barrendero jefe Makelele y al capitán Hierro. En esa cirugía se desangró el sueño galáctico. Raúl resistió, con la cabeza gacha, los intentos del bisturí de Florentino por acabar también con él. Y al irse el presidente, el capitán recogió el instrumento quirúrgico y se hizo con el mando absoluto. Ya no sólo era el líder sindical que negociaba las primas de la plantilla. Pasó a ser el líder espiritual, el guardián de las esencias del madridismo, el entrenador sobre el césped, el que corregía la pizarra del técnico de turno y hasta el presidente virtual que marcaba el rumbo. Desde la capitanía, apoyado en la sobriedad como norma, sintiéndose émulo de los espartanos de la película “300”, Raúl simplemente agarró el timón del Madrid y ahí sigue, empuñándolo a la espera de que vuelva Florentino con el bisturí.
Casillas, el verso suelto
¿Qué pinta Casillas en el entramado de relaciones del vestuario blanco? Casillas es de Móstoles y eso marca de por vida. Casillas no tiene pelos en la lengua ni un florero en la cabeza. Ni miedo a nada. Por eso es el verso suelto del vestuario, el único capaz de adelantarse al gran capitán y soltar que “Pepe viste la camiseta del Madrid, no la de un equipo de barrio”, marcando un rumbo claro que ni el presidente Boluda ni el entrenador Juande se atrevieron a continuar. Respeta a Raúl, pero no es víctima de esa admiración casi enfermiza que sienten Higuaín, Marcelo o Gago por el capitán, ni está comprometido en el gran pacto sindical de los tres capitanes de la vieja guardia. Casillas sabe que él será el líder del futuro, que está llamado a ser el capitán de la próxima década a poco que el nuevo presidente construya un equipo competitivo. De lo contrario, buscará fortuna en tierras inglesas aunque no desea hacerlo, pues se siente feliz y cómodo en la casa merengue. De un sentido común arrebatador, Iker maneja en los momentos de crisis una frase muy simple: “¡Que somos el Madrid, joder!”. Puro Móstoles
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