Opinión
Federico Alves
Noticiero Digital
Uno piensa que la capacidad de asombro de los presidentes del Mercosur ya se perdió, porque le siguen la corriente sin pararse de pronto y decir “che, pibe, anda a leerte un librito de economía, y si te queda tiempo, un manual de historia”. Pero nada, los caraduras lo miran como gallina que mira sal, lo dejan hablar, y siguen impávidos. Somos el hijo bobo de Sudamérica, el tío rico pero alcohólico que todo el mundo saluda pero nadie frecuenta.
Lo digo por lo siguiente. ¿Qué pasará por la cabeza de Bachelet cuando Chávez dice que el capitalismo es malo y por eso el está en la vía al socialismo, cuando los alimentos se encarecieron en Caracas un 45% este año y el Chile la inflación está “disparada” en solo un 5%, y la mayor parte es por culpa del petróleo? ¿Cómo puede un presidente con la inflación más alta de América ir a darles clases a países que son mucho más exitosos que nosotros en materia económica? Hay que ser rematadamente idiota para pensar el socialismo venezolano es mejor que el capitalismo chileno, que el sistema uruguayo de convivencia con la empresa privada y respeto absoluto del capital, con seguridad jurídica, o que el sistema brasilero, donde el estado no posee acerías pero el país es uno de los grandes exportadores de acero del planeta.
No sé si logro transmitir el tamaño del dislate de Chávez hablando ante países todas las variables sociales son mejores que las nuestras, especialmente la pobreza crítica, y donde la oposición no está siendo perseguida, donde el presidente más popular (Tabaré Vazquez) rehusó presentarse a la reelección para darle paso a otros líderes de su partido. Chávez está reprobado como gobernante en lo que más importancia tiene, la comida del pueblo, pero también está ponchado en seguridad, y especialmente en haber logrado crear un clima de terror para los inversionistas. Un presidente que rechaza la inversión extranjera en un escenario donde todos los países se la pelean con uñas y dientes, no está preparado para manejar acaso una ni cantina de cuartel. Y los presidentes que estaban escuchándolo, lo saben, sus embajadas les transmiten el tamaño del desastre venezolano: una economía fallada en medio de la mayor bonanza petrolera de la historia de occidente. Es como para caerse al suelo de la risa, cuando el les dice com mucha sangre fría que Venezuela es socialista y que el capitalismo es malo, cuando los hechos gritan a todos los vientos exactamente lo contrario.
A mí, sin embargo, los “chés” no me engañan, ni los brasileros. Yo conozco Brasil, Argentina y Uruguay como el estado Guárico, donde viví en mi juventud. Cuando los miraba por televisión me parecía leer en sus rostros un rictus de burla contenida, de sonrisa irónica, una mueca como la del doctor dueño de la hacienda quien escucha a su capataz describirle la salud de las vacas en términos supersticiosos, “miro patrón a la vaca mariposa le cayó mal de ojo, por eso no da leche”. Eso es lo que siente todo el mundo cuando Chávez habla mal de Washington y del capitalismo, mientras que la historia moderna muestra, sin salirse ni una vez de la regla, que desde China hasta Chile, pasando por Vietnam, todos los países que se suben al carro de la globalización superan la pobreza, que el capitalismo crea bienestar y el comunismo destruye el futuro de cualquier país. A ver qué economista del gobierno me puede dar un solo ejemplo de un país que haya abierto su economía y esta se haya hundido. Vietnam sacó de la pobreza crítica a 30 millones de habitantes en 20 años de capitalismo.
Las consecuencias de tener un presidente que básicamente está equivocado en cada palabra que pronuncia, lo digo como economista, son pavorosas para la república. Es como si en medio de una tormenta, el conductor del autobús decida dormir un rato, pero mientras maneja. Cuando no se tienen claras las metas, cuando los juicios de valor están herrados, la praxis es conducente al desastre. Y al desastre vamos. Basta que el precio de petróleo tastabillé un poquito, para que se acabe la fiesta, y si por casualidad se mantiene, habremos entonces perdido la más grande y acaso la última oportunidad de desarrollarnos, simplemente porque en el momento más afortunado de la historia venezolana, escogimos un líder con cien años de basura en la cabeza.
Solo me queda por hacer lo que dice el famoso poema argentino “Martin Fierro”:
“Aquí me pongo a cantar
Al compás de la viguela
Que al hombre que lo desvela
Una pena estrordinaria,
Como la ave solitaria
Con el cantar se consuela”
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