Tomado de noticierodigital.com
En una espectacular experiencia de anacronismo político los venezolanos del siglo XXI estamos siendo sometidos a un dilema que se planteó por primera vez a finales del siglo XIX, cuando ciertas corrientes utópicas se plantearon una alternativa al mercado capitalista. Los socialistas propusieron entonces la planificación de Estado con la intención ingenua pero sincera de resolver definitivamente la escasez, presentada en ese momento como la cuestión social por antonomasia.
Por esa vía los cándidos de aquel entonces pretendieron resolver con una moralidad impecable el derroche propio del capitalismo para que por la vía de la reasignación de los recursos exiguos pudiera otorgarse a todos según su necesidad. De hecho pretendieron decidir unilateralmente cual era la producción superflua para concentrarse en la provisión de bienes esenciales, que debían ser elaborados en cantidades suficientes para lograr la escasez cero. Por esa vía el socialismo pretendió resolver el problema de los que no llegaban a tener, patrocinando un inventario de bienes y servicios más limitado, con la expectativa de que todos tuvieran acceso a lo mínimo indispensable para la vida.
Esa es la primera clave perversa de la planificación socialista, que siempre limita el consumo a “necesidades vitales”, que son previamente definidas en términos de cantidades por un grupo de dirigentes que concentra todas las decisiones, pero que no siempre comparten la menguada suerte del resto de la población. A este grupo privilegiado se le conoció como la nomenklatura.
Pero la planificación socialista ha mostrado históricamente un segundo aspecto negativo que vale la pena mencionar: Al concentrarse en el logro de las cantidades programadas, nunca se han preocupado ni de los costos reales de los productos, ni de la calidad de los mismos. El mandato férreo es producir o importar a cualquier precio, y por supuesto hacerlo sin tener consideración por los trabajadores involucrados y mucho menos por el tipo de producto finalmente elaborado. Un tercer aspecto también es característico: Tampoco importa si las empresas del Estado son o no son eficientes, puesto que todas ellas dependen del presupuesto nacional y no de la renta que puedan producir, satanizada como está la ganancia y la utilidad en este régimen.
La combinación de promesas grandilocuentes con la escasez vivenciada como sufrimiento es una mezcla propia del socialismo. También lo es su consecuencia más natural, el control y la coerción, “la dictadura de necesidades” por la cual el Estado Socialista llegado a un punto de máxima insatisfacción pretende imponer por las malas el sometimiento de las mayorías, invocando la necesidad de exigir un mayor sacrificio para luchar contra enemigos poderosísimos, que obstaculizan la utopía de la abundancia planificada.
¿Por qué no funciona el socialismo? Porque produce poco, caro y malo, además de quebrar las empresas que están bajo su dominio. Y porque sustituyen la lógica de los precios del mercado por una asignación arbitraria y política de los costos. Su error se encuentra en repudiar la lógica con la cual trabaja el empresario dentro del sistema de mercado para sustituirla por la lógica espuria de un planificador de la producción o un funcionario público cuyos cálculos están perfectamente divorciados de una mínima racionalidad productiva.
El socialismo no funciona porque cree ingenuamente que puede operar al margen de las leyes que regulan el mercado. Nos guste o no, nadie se involucra en una actividad económica que no le permita mantener una expectativa razonable de lucro. Nadie se involucra en una actividad empresarial, si la inversión en infraestructura, equipos, inventarios y talento humano no se corresponden con el respeto a los derechos de propiedad sobre los activos. Nadie puede vender sus productos por debajo del precio de costo, y ninguna actividad económica puede concebirse y mantenerse produciendo perdidas y no ganancias. Y sin empresas no hay productos, y sin productos lo único que se puede distribuir es la escasez.
Pero aquí hay real
Eso es lo dramático. Que la escasez no haya tenido el origen noble de la falta de recursos. Que no haya sido el capitalismo el que haya fallado primero. Aquí la novedad ha sido que el detonador de tanta carencia fue la arbitrariedad de un proyecto anacrónico y carente de sentido de realidad, que impuso el control de costos, precios, divisas y salarios bajo la excusa de una ideología con una profunda raigambre anti-empresa. Con estas decisiones ha logrado el anti milagro del socialismo del siglo XXI: que por más alto que esté el precio del petróleo, aquí seguimos padeciendo de empleos insuficientes, de precios altos, de pocos productos y de una espesa capa de corrupción que amenaza con hundir al régimen en el abismo del desprestigio. La popularidad del socialismo bolivariano se cuela por las colas, la inflación que no se quiere reconocer y insensatez de querer hacerlo todo directamente.
Es como querer correr un maratón cortándose primero una pierna, porque ¿a quién se le ocurre acabar con la empresa nacional para enfrentar el reto de la pobreza? ¿A quién se le ocurre que sin fuentes de empleo, de producción de bienes y servicios, y de canales de comercialización sea posible resolver cualquiera de los problemas de la sociedad moderna? ¿Cómo se puede manejar un país sin contar con su gente? Aquí hay real, es cierto, pero esos reales se están perdiendo en tonterías, delirios, utopías y corrupción, por eso aunque haya real la gente tiene que levantarse tempranito y dedicar sus sábados y domingos a hacer una cola kilométrica para poder tener su bolsita de mercado. Por eso, la historia no los absolverá.
Sabía Ud. que:
Cuanto más planifica el Estado más difícil se vuelve la planificación para el individuo.
Friedrich Hayek
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Coño, q vaina tan buena es tu blog jijiji!! :-D
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